La ley soñada
Se aprobó la Ley de Espectáculos y con esta se desataron los nudos administrativos y financieros que hacían tan compleja la realización de eventos culturales en el país. Adelantamos un artículo sobre el tema, escrito hace unos días para la edición impresa.
Por: Yeniter Poleo
Ozzy Osbourne pidió una habitación con cojines, sábanas y muebles negros. Britney Spears, lo opuesto: un cuarto insonorizado donde todo fuera blanco y luciera lindas velitas con aroma a vainilla. Hay quien quiere diez escoltas, existen rockeros vegetarianos, raperos que se antojan de un restaurante portátil, merengueros que solicitan camionetas blindadas, una que solo toma champaña, otro que solo bebe agua de lujo extraída de un sanísimo manantial en Fiji. En este punto, lo normal es la extravagancia; sin embargo, cuando una estrella dice que sí dará su concierto en Colombia no son estas rarezas las que ensombrecen el firmamento del empresario o de la productora, sino el pedestre camino hacia la obtención de casi veinte permisos, una feroz carga impositiva y el pago millonario por derechos de autor. Ya entrados en gastos, se inicia una carrera contrarreloj para completar carpetas y sobres dirigidos a una u otra instancia, en un círculo de desazón que se agudiza durante las horas previas al evento mientras se alargan las filas del público inocente, entusiasta, y el equipo organizador aún no sabe, aún aguarda, aún cree que recibirá las últimas firmas y sellos oficiales que se necesitan para abrir las puertas del espectáculo.