Escuchar no es un mero acto
inmediato que consista simplemente en recibir sonidos; eso es oír, no escuchar.
El proceso de escuchar está influido, además de la recepción de las
perturbaciones acústicas, por un proceso consciente (e inconsciente) del cual
deviene un inmensurable fluido continuo de vibraciones que se presenta tan
físico como inmaterial, abriendo un universo misterioso donde los sonidos,
además de perturbaciones en el espacio, se conservan en el oyente como rastros
furtivos del tiempo.
Por ello la escucha es una
práctica que implica viajar en el tiempo, envolviendo una serie de atracciones
y construcciones entre el olvido y el recuerdo, donde el hecho de la percepción
pasa a entenderse no solo como recepción, sino también como alteración y, en
última instancia, emisión. El oyente es en este caso, un responsable, en último
término, de lo que ha de ser escuchado. En este sentido escuchar participa,
construye, co-crea el sonido en contacto con lo emitido en el objeto. El oyente
y lo escuchado cumplen se hacen uno en la relación establecida en el acto de la
escucha, del cual deviene la experiencia del sonido en cuanto tal, filtrado por
las variables preestablecidas del sujeto.
Es decir, el proceso de recibir
sonidos y procesarlos físicamente desde la audición, puede analizarse y medirse
desde una serie de acciones acústicas y físico-químicas cuyo punto más alto es
la entrega de una serie de impulsos energéticos que en el cerebro se proyectan
como imágenes de la escucha, ya no acústicas ni físicas, sino psicológicas,
imaginarias. Una vez los sonidos ingresan a la mente, comienza la escucha, como
acto donde no solo está implicado la recepción del sonido, porque ésta, en
tanto es una acción subjetiva ulterior, se logra establecer como un agente de
mutación de lo que parece sonar, como una máquina de imaginación sonora. Al
escuchar, nos dirigimos al sonido al tiempo que lo moldeamos, así atándolo y
liberándolo constantemente de las redes de su materialidad.
El sonido es una perturbación
siempre presente, ajena a presentarse en objetos y preferiblemente entendida en
eventos. Los sonidos, más que cosas, son sucesos en tiempo real, efímeras
siluetas del aire. Y la escucha, que en rigor se da en presente, reune estos
fantasmas aéreos que llamamos sonidos, en una gran red de relaciones que se
relacionan con un sin fin de variables que se agrupan también en la mente donde
sucede la escucha, donde los sonidos tienden a ser enlazados y combinados en un
complejo entramado de conceptos, percepciones, recuerdos, ideas, contextos,
sueños; imaginación.
La escucha establece por ello la
posibilidad de darle atención al sonido en su estado puro, además de ofrecer
toda una serie de posibilidades de reflexión, interacción y relación de lo que
se oye con lo que se piensa, recuerda y construye en la mente. Es por esta
razón es muy probable que haya cosas que decimos escuchar que no necesariamente
oímos y, de la misma manera, eso que oímos constantemente, algunas veces no lo
escuchamos por no estar atentos.
El fenómeno de la escucha se
presenta en este caso como un tiempo extraño, una atmósfera que, aunque
siniestra y desconocido, contiene una sublime muestra de belleza. Lo sonoro
parece ser de alguna manera cuantificable, fácil de medir, manipulable, posible
de generar y procesar, etc, pero lo escuchado, en tanto se sumerge en la
fantasía y lo onírico, en la imaginación y el singular vértigo de pintar lo
invisible, logra sin más evadirse de toda pretensión empírica hacia lo
verificable. No podemos medir lo que escuchamos porque carece del tiempo y del
espacio de aquello que suena, únicamente se da en la escucha, en tiempo real.
Por lo antes dicho, consideremos
entonces el hecho de escuchar como un proceso de cultivar la percepción del
sonido, entendido este no en su mera elasticidad, sino en su posibilidad
simbólica, psíquica, imaginaria, musical, donde el flujo sonoro se puede asumir
como una siempre cambiante estructura de efímeras formas que van más allá de lo
meramente físico y plantean sus propias coordenadas espaciotemporales, donde
los sonidos se comprenden en sus estructuras que extienden su consecuencia en
el oyente, organizadas en un campo formado a partir de lo escuchado. Cultivar,
porque exige una disciplina, dedicación y entrega particulares; regularidad,
repetición y constante práctica; atención especial al mundo, no envolviendo
meramente lo que concebimos como sonoro, sino ante todo, a quien lo escucha.
Las anteriores líneas surgen al
reflexionar sobre algunas ideas de la siempre lúcida Pauline Oliveros, quien en
una reciente charla TED, expresa importantes palabras sobre la escucha. De una
manera (literalmente) estruendosa, edifica la octogenaria artista un compacto
pero magnífico discurso de poco menos de diez minutos sobre la necesidad e
importancia de escuchar profundamente, más que simplemente oír.
Para ello atraviesa una serie de
interesantes reflexiones sobre el sonido que se mueven entre el dato científico
y el proceso artístico, sugiriendo de paso una serie de cuestiones interesantes
que, aunque idealmente serán de gran utilidad a cualquier persona, encuentro de
especial interés para quienes de alguna forma nos dedicamos al sonido.
Tras reproducir una grabación del
impacto de un globo al estallar dentro de una enorme cisterna (lo cual genera
una cola de más de 40 segundos de reverberación), Oliveros impone un silencio
inminente en la audiencia, comenzando así su invitación a la detención en la
escucha profunda. Como se aprecia en el vídeo a continuación, el sonido en
cuestión hace parte de un proyecto de Oliveros que consiste en explorar
espacios –como el de una cisterna– para experimentar con diferentes sonidos,
instrumentos, y músicos. Según comenta, esta exploración la ha llevado a
vislumbrar los detalles de lo que ha llamado "escucha profunda".
Según narra, dadas las
condiciones de reverberación en la cisterna, interpretar música allí
representaba un reto enorme para cualquier músico, no meramente en términos de
la técnica del instrumento, sino en cuanto a la dinámica de escuchar y
reconocer atenta y constantemente el sonido creado en el momento. "Tuvimos
que aprender a escuchar de una nueva forma", cuenta Oliveros,
"simplemente improvisamos, tocamos y aprendimos que la cisterna estaba
tocando con nosotros. Debíamos respetar el sonido que retornaba a nosotros
desde los muros de la cisterna e incluirlo en nuestra sensibilidad
musical".
Este proceso, como bien añade, no
se daba en las palabras sino en la experiencia al interpretar y escuchar, en
una apertura al entorno mismo y la participación de todos los elementos
sonoros, incluyendo los ecos del lugar y su interacción. En este sentido, lo
que se oye se puede manifestar siempre de una forma determinada, pero lo que se
escucha intercambia otra serie de relaciones con la manifestación auditiva.
Estar dentro de la cisterna, escuchando los rebotes de los instrumentos al
tiempo que son estos interpretados, integra al espacio como herramienta
estética que moldea el resultado del sonido mismo.
Los ecos de la enorme
reverberación generan otra serie de elementos para los oídos, los cuales
invitan a otra escucha, estableciendo así nuevos estímulos que abren la
percepción a formas más delicadas de la manifestación sonora. Al respecto,
sabiamente habla Oliveros:
"El oído oye; el cerebro
escucha; el cuerpo siente vibraciones. La escucha es una práctica de toda la
vida que depende de las experiencias acumuladas con el sonido. La escucha puede
enfocarse en el detalle o abrirse al campo entero del sonido. La escucha es un
proceso misterioso que no es igual para todos. Los humanos han logrado acuerdos
consensuales sobre la interpretación de ondas sonoras entregadas al cerebro por
los oídos. Los lenguajes son tales acuerdos.
Oír y escuchar tienen una
relación simbiótica con su uso común y cuestionable. Sabemos más de oír que de
escuchar. Los científicos pueden medir lo que sucede en el oído; medir la
escucha es otro asunto dado que implica la subjetividad. Confundimos oír con
escuchar, por ejemplo: las escuelas de música programan clases de entrenamiento
del oído, pero el oído no puede entrenarse. Lo que sucede es un cultivo, un
cultivo de una mente musical.
Yo diferencio entre oír y
escuchar. Oír es un medio físico que involucra la percepción. Escuchar es
prestar atención a aquello que es percibido, tanto acústica como
psicológicamente. El acto de oír convierte un cierto rango de vibraciones en
sonidos perceptibles. Cuando se escucha, hay un constante intercambio con la
percepción del momento comparada con experiencias recordadas. La escucha, entonces,
entendida como la interpretación de ondas sonoras está sujeta a retrasos de
tiempo. Algunas veces lo que es oído es interpretado en cualquier lugar, desde
milisegundos hasta muchos años luego, o nunca."
Luego de semejantes palabras, habla un poco acerca de por qué aprender a escuchar más profundo le permitió detenerse más a escuchar los espacios que habita en su vida diaria, siempre buscando estar atenta al sonido y estableciendo nuevas relaciones con éste, proceso que ha denominado como deep listening o escucha profunda, a través del cual busca invitar a refinar y expandir la escucha para que continuamente incluya mas sonidos, generando un constante proceso de apertura a lo sonoro y con ello al mundo mismo.
Luego de semejantes palabras, habla un poco acerca de por qué aprender a escuchar más profundo le permitió detenerse más a escuchar los espacios que habita en su vida diaria, siempre buscando estar atenta al sonido y estableciendo nuevas relaciones con éste, proceso que ha denominado como deep listening o escucha profunda, a través del cual busca invitar a refinar y expandir la escucha para que continuamente incluya mas sonidos, generando un constante proceso de apertura a lo sonoro y con ello al mundo mismo.
Oliveros tiene la idea de que una
mayor atención al paisaje sonoro puede facilitar una transformación global, de
lo que ella considera como "el caótico sonido de nuestro mundo
actual", colmado de tecnociencia, industrialización y urbanización. Esto,
según expone, se lograría haciendo que no sólo los músicos sepan escuchar, sino
también los ingenieros, arquitectos, diseñadores, etc, de tal forma que las
ciudades y sus componentes sean imaginados y desarrollados bajo una consciencia
que tenga en cuenta más el hecho del sonido y la escucha, con ello afectando
radicalmente la calidad de vida de todos.
"El espacio acústico es
donde el espacio y el tiempo se fusionan conforme son articulados por el
sonido. El término Deep (profundo) tiene que ver con complejidad, fronteras o
bordes más allá de entendimientos ordinarios o habituales, como decir 'esto es
muy profundo para mi' o 'ella piensa muy profundo'. Un asunto que es muy
profundo sobrepasa el propio entendimiento presente o cuenta con muchas partes
desconocidas para agarrar fácilmente.
[...] Para mi, la escucha
profunda es aprender a expandir la percepción del sonido para incluir todo el
continuo espaciotemporal del sonido, encontrando lo vasto y las complejidades
tanto como sea posible. Simultáneamente, uno debería ser capaz de apuntar a un
sonido o secuencia de sonidos, percibiendo el comienzo, el intermedio y el fin
de este como enfoque. Este foco y esta expansión implica que estoy conectada a
todo el entorno y más allá. Mi práctica es escucharlo todo, todo el tiempo,
recordándome a mi misma cuando no estoy escuchando."
En resumen, podríamos agregar que
la diferencia entre oír y escuchar radica básicamente en que oír es un acto
mecánico-fisico y escuchar es un acto indeterminado-psicológico. Por ello el
primero se hace naturalmente, con tener oídos activados que reciban
vibraciones; pero el segundo, requiere un cultivo mental, un esfuerzo por
brindar atención a los eventos sonoros en su profundidad, más allá de las
delimitaciones que impongamos en torno suyo.
La escucha como acto reflexivo
implica en este caso un proceso de constante contemplación y atención a lo que
suena y se escucha, incluso más allá del rango de lo meramente audible, suceso
con fuerte y radical repercusión en el oyente, dado que lo abre a otros
territorios de sí mismo, por ende a otros estadios de su ventura creativa,
otros paraísos musicales, otras escuchas.
Tal vez no haya tal diferencia al
final del cuento y escuchar no sea otra cosa que oír de forma atenta y
desprevenida, sin pretensiones, sin intenciones, como diría Cage. Y tal vez las
musas no estén en ningún sonido posible y tan sólo habitan silenciosas, en esas
profundidades de la escucha; atentas a nosotros, osados argonautas que
decidimos, por alguna razón, atender a lo que suena para flotar en el
fascinante y enigmático universo que convenimos en llamar música.
Fuente: Hispasonic
Fuente: Hispasonic
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