Hace mucho tiempo que quería escribir este artículo, pero
mis compromisos laborales no me han dejado mucho margen.
Como muchos sabréis, soy compositor y productor musical y,
con mucho esfuerzo, vivo de ello desde hace más de una década. Cuando pisé
Madrid a finales de los 90 con la maqueta de mi grupo de turno en busca de un
contrato discográfico, se coraba el lema "es una mala época, estamos en crisis". La
crisis e Internet ha acompañado mi carrera desde entonces.
Durante muchos años se ha dicho que Internet sería la
salvación de la cultural: acceso económico y universal a la cultura, pero lo
cierto es que, a pesar de que nunca ha habido más contenido, los creadores
nunca han estado peor considerados y peor remunerados.
Sin embargo, el aumento de la cantidad y calidad de ese
contenido (legal o ilegal) ha requerido más y más ancho de banda y, por lo
tanto, conexiones mejores (Movistar, Vodafone, Jazztel, ONO, etc). Vídeos y
música se almacena localmente en discos duros (Fujitsu, Western-Digital,
Seagate, Samsung) y se cosumen
mayoritariamente entre ordenadores gobernados por Mac o Windows, iPods, iPads y
móviles de Apple, Microsoft, Nokia, Samsung, HTC o LG, entre otros grandes
fabricantes. Ese contenido se distribuye desde páginas cargadas de anuncios,
muchos de ellos gestionados por Google y se aloja en servidores online,
almacenados en plataformas de Amazon, Microsoft o Apple, entre otros, y se
llega a ellos a través de búsquedas de Google, Microsoft o Yahoo. Los que no
son tan aventureros, buscan sus contenidos en YouTube (Google), iTunes (Apple),
Spotify (empresa inglesa participada por toda la industria discográfica),
GrooveShark (ilegal) y otra miriada de páginas que se reparten el micropastel
que dejan las principales.
Todas estas empresas, la mayoría grandes multinacionales,
reciben millones de euros directamente del bolsillo del consumidor que,
paradójicamente, ha decidido que el contenido es gratis, pero que paga cientos
de euros por la conexión a internet de banda ancha, un teléfono o un ordenador
personal. Y por supuesto no he hablado de Megaupload, Megavideo y compañía.
En esta economía de escala, el artista, músico o creador en
general está ignorado, vilipendiado y, supuestamente, liberado del yugo de las
compañías discográficas. Mientras tanto, el usuario, curiosamente, gasta
cientos de euros en los productos ofrecidos por las grandes empresas para
consumir música que generan músicos que, la mayoría de las veces, no pueden
vivir de esa actividad.
Las discográficas (y las sociedades de gestión, pero de eso
ya hemos hablado antes) son el malo de esta película, pero tal como yo lo veo,
la línea entre la bondad y la maldad no está tan clara.
Antes
- Había una industria discográfica: gente que trabajaba y
vivía de la música.
- Había un pequeño número de grupos que triunfaban y un
número bastante amplio de artistas que podían vivir cómodamente de la música.
- Las compañías reinvertían un porcentaje de sus beneficios
en desarrollo de artistas, incluso durante años.
- Las compañías adelantaban dinero como apuesta sobre las
carreras de los grupos (muchas veces este dinero no se recuperaba).
- Las compañías se quedaban con un amplio porcentaje de los
beneficios.
- Había muchos estamentos implicados y cada uno
especializado: las discográficas hacían promoción, las editoriales gestionaban
los derechos, y un largo etcétera.
- La mayoría de los discos sonaba tan bien como la media
porque eran trabajados por profesionales dedicados a ello.
- La tecnología era cara y poco accesible. Requería implicar
a más gente en la producción de cualquier canción.
- La música era cara y la gente valoraba cada canción que
tenía.
- Los artistas más populares eran los que más promoción
(=dinero) tenían respaldándoles.
Ahora
- No hay industria discográfica: una minoría muy pequeña
realmente vive de la música.
- Hay millones de grupos, sólo una minoría (aún más mínima)
triunfan realmente y un reducido número de los restantes malviven con la
música.
- Las compañías no invierten en nadie que no haya tenido un
gran éxito anteriormente.
- Además, se han fusionado, por lo que una sola empresa
quiere realizar toda la gestión (menos especialización, conflicto de intereses,
etc).
- Todo lo publicado ya no suena bien: en la producción de la
mayoría de los discos se han prescindido de profesionales en uno o más
procesos.
- La tecnología ya no es cara y accesible. Cualquiera puede
grabar una canción en su casa.
- La gente descarga música a granel y no valora lo que
tiene.
- Los artistas más populares siguen siendo los que más
promoción (=dinero) tienen respaldándoles.
Además, no me cabe duda alguna que hay una corriente de
opinión con fuertes intereses para desprestigiar y destruir la antigua
industria y se está dibujando una basada, actualmente, en 3 actores
principales: Apple (iTunes), Google y Spotify (=las grandes compañías
discográficas unidas), con el granel y la nula reinversión como modelo de
negocio, y con un amplio margen de beneficios: por ejemplo, Apple tiene un 30%
de ganancias por cada canción que vende, Google hasta hace poco tenía MILLONES
de canciones en YouTube que no generaban un céntimo a sus autores y Spotify...
sólo hay que ver que las compañías independientes están retirando su catálogo
para ver cómo funciona.
Obviamente, las discográficas no hicieron sus deberes y han
esperado a agotar el antiguo modelo y a reaccionar cuando ya era demasiado
tarde, convirtiéndose en meros intermediarios o gestores del imenso antiguo
catálogo.
Cuando el intercambio legal de ficheros (lo de moral da para
otro artículo) y la piratería camparon a sus anchas, a los ideólogos y gurús
locales se les llenaba la boca diciendo "hay que regalar las
canciones", "el usuario ha decidido cuál es el precio que quiere
pagar por la música", "los artistas deben vivir de los
conciertos" y otras ideas que, lejos de ser originales, venían rebotadas
de lugares lejanos y con las que ellos escribían libros y daban charlas
(cobrando, claro). El usuario ha coreado estos lemas emocionado por la idea del
todo gratis, que va comiéndose poco a poco todas las industrias basadas la
creación (música, cine, literatura, periodismo, etc.) y creando nuevos actores
que se alimentan de este sistema tan poco sostenible. Sin embargo, en un mundo
donde el 80% de la población vive en la más absoluta pobreza, no se ha coreado
con la misma energía lemas sobre "acceso libre a la vivienda",
"acceso libre a los alimentos", "acceso libre a la salud"
o, siendo más terrenales, "acceso libre a las vacaciones". Es más que
evidente que existe una manipulación al respecto y que el usuario final es
cómplice de ello.
Por mi parte, durante todos estos años de crisis en la
industria musical, he trabajado haciendo música para publicidad (muy tocada por
la crisis), componiendo bandas sonoras de cine (ahogado por la falta de
liquidez y subvenciones) y produciendo, mezclando y grabando discos para grupos
musicales (la mayoría de las veces pagados por ellos mismos). Curiosamente,
todos esperan a que Internet les salve agarrándose al "progreso".
El lobo (o la nueva industria que domina el acceso al
contenido) se ha vestido de cordero (la verdadera revolución que supone
internet) y quiere salvar a la música del "injusto" antiguo modelo,
una música que lleva con nosotros muchos siglos antes de iTunes y que
sobrevivirá, pero no gracias a ellos.
Fuente: Hispasonic
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